Stephane y Mónica provienen de Le Mans y Barcelona, respectivamente, pero desde hace más de cinco años que han echado raíces en Can Blanc (Vilacireres) –antiguo caserío de Gósol- y lo han transformado en su hogar. Día a día, mes a mes, año tras año, la pareja trabaja para recuperar la enorme casa, antaño de las más ricas del municipio y sustento de muchas familias. Hace tres años y medio, tuvieron a su hija, Lucía. Los tres viven prácticamente solos, aunque dentro de pocos meses nacerá la benjamín de la familia, Julia.
Vivir en el siglo XXI en la montaña no es fácil, menos cuando la única compañía es la de un pastor al que ves si el clima lo permite y cuando las ovejas pastan en los parajes de Vilacireres. La vida allí arriba es dura, pero tranquila. De tanto en cuanto, sobre todo si es un fin de semana o algún otro periodo vacacional, ocupan una rectoría cercana gente de la ciudad que busca refugio en la calma y paz que se respira por esos lares. También cerca de allí, en la zona conocida como la Espluga, alguien se instala en socavones naturales de los riscos como si fuera un eremita.
La familia vive de la huerta, de la rehabilitación del enorme caserío y de faenas temporales que les surgen, así como de algunas visitas. Hace poco tiempo, colocaron en el tejado un receptor para Internet y, según cómo, se dispone de cobertura para móviles, aunque depende del rincón de la casa. De televisión, solo algún canal. Can Blanc es ideal para quien desea desconectar del estrés de la ciudad y conectar con uno mismo y la naturaleza.
Tampoco hay que pensar que es una casa rural, no. Can Blanc- ya digo- es una vivienda antigua –de 1687- que, poco a poco, está siendo reformada. Aún así puedes visitarla, respirar aire puro y tranquilidad y comprobar cómo vive una familia masovera del siglo XXI. Si quieres visitar a Mónica, Stephane y Lucía, contacta con ellos a través de facebook. Con suerte podrás divisar corzos en estado salvaje.
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