Educar las emociones previene la aparición de enfermedades y mejora la actitud ante la vida
Bisquerra, Payarols i Punset, en la rueda de prensa anterior a la presentación del informe.
La vida es dura. ¿Quién no ha oído esta expresión o la ha pronunciado en algún momento? El catedrático de Orientación Psicopegagógica de la Universidad de Barcelona y director del Máster en Educación Emocional y Bienestar, Rafael Bisquerra, inquiere a un auditorio a rebosar que asistió el pasado 6 de marzo a la presentación del último informe del Observatorio FAROS de la Infancia y la Adolescencia –impulsado por el Hospital Sant Joan de Déu y titulado ¿Cómo educar las emociones?-, si alguien conoce a amigos o familiares que están o hayan estado de baja por depresión. El aforo se convierte en un mar de brazos levantados. El informe –coordinado por Bisquerra, prologado por Eduardo Punset y confeccionado por nueve investigadores del ámbito académico y clínico- señala la necesidad de educar las emociones, sobre todo, en los niños y adolescentes.
¿Y por qué tal necesidad? “Las aportaciones de la neurociencia, de la psiconeuroinmunología y de la medicina, en general, han puesto de manifiesto como las emociones negativas disminuyen las defensas del sistema inmunitario y, por tanto, predisponen a contraer enfermedades, mientras que las emociones positivas estimulan las defensas del sistema inmunitario y, por lo tanto, pueden funcionar contra ciertas enfermedades”, observa el catedrático. En este sentido, apunta el documento, se han identificado más de 40 enfermedades psicosomáticas en las que las emociones pueden jugar un papel importante, entre ellas, el asma, las úlceras gástricas, los tics, las contracturas, la hipertensión crónica o los trastornos cardiovasculares, a las que el psicopedagogo añade el estrés, el consumo de drogas, los intentos de suicidio así como la violencia y otros conflictos.
Bisquerra sostiene que la Educación Emocional es “una forma de educar para la salud de cara a la prevención y el desarrollo en general”. En esta línea, el Hospital Sant Joan de Déu (Barcelona), dispone de un área dedicada a la prevención y promoción de la salud infantil. El centro sanitario trabaja las emociones de los niños enfermos a través del humor, el juego o la magia para activar las respuestas del sistema inmunológico y ayudar así a llevar mejor la enfermedad y superarla. “Entendemos que trabajar en Educación Emocional es trabajar en salud”, subraya el director de innovación del hospital y del Observatorio FAROS, el pediatra Jaume Pérez-Payarols.
Cabe recordar en este punto que, para la Organización Mundial de la Salud (OMS), la salud no solo es la ausencia de enfermedad sino “un estado de completo bienestar físico, mental y social”. El profesor Bisquerra entiende que educar las emociones nos preparará mejor para hacer frente a los retos de la vida. La Educación Emocional redunda también en el mejor rendimiento académico y en el comportamiento, según esgrime la experta en el aprendizaje social y emocional (ASE), Linda Lantieri, y corrobora el doctor en Medicina y Neurociencias, Francisco Mora, al aseverar que “la memoria de cualquier suceso se ve facilitada cuando este ocurre en un contexto o componente emocional bien sea de placer o de dolor”. Así mismo, un estudio revela que el éxito de las personas –no se aclara qué se entiende por “éxito”- se debe en un 23% a las capacidades intelectuales y en un 77% a las emocionales.
Educar las emociones
Una vez aclarado el valor que comporta educar las emociones –ni que fuera para conocerse a uno mismo, como hace casi tres milenios ya pregonaba el oráculo de Delfos en la antigua Grecia-, hay que preguntarse si a las emociones se las puede hacer entrar en razón. A primera vista, y por comparación, una respuesta afirmativa parece la correcta. Si el ser humano puede mejorar en todas las facetas mediante la educación, ¿por qué no iba a hacerlo en la gestión de las emociones? Pero el informe del Observatorio FAROS no deja nada al azar.
Para el doctor en Educación por la UNED, Juan Carlos Pérez-González, las evidencias son “abrumadoras”, al menos en lo que se refiere a programas más amplios pero que incluyen contenidos de la Educación Emocional; desde programas contra la violencia y el consumo de drogas o de modificación de conducta hasta proyectos de prevención del suicidio o de educación para la democracia y de la ciudadanía. En sentido más estricto, cuando la intervención se dirige a variar los niveles de inteligencia emocional de los estudiantes, las evidencias científicas son limitadas pero alentadoras. No hay que olvidar, como apunta Bisquerra, que hace tan sólo 15 años no existía bibliografía sobre la Educación Emocional. Estamos ante una materia casi inédita, pese a que en estos años ha crecido de forma exponencial el número de publicaciones al respecto. "Casi inédita" porque aunque es desde hace poco que se investiga de forma sistemática, las emociones y pasiones han sido objeto de estudio desde filósofos griegos y romanos hasta pensadores, ensayistas y escritores más próximos a nuestros días, como el mismo Charles Darwin en su obra La expresión de las emociones en los animales y en el hombre.
Punset interveiene en la presentación. (Foto: Hospital Sant Joan de Déu)
Un proverbio africano reza que “para educar a un niño hace falta la tribu entera”. El informe del Observatorio FAROS hace hincapié en que la Educación Emocional ha de ser cultivada desde la familia, la escuela y los medios de comunicación para que la prevención fructifique. Cambiar o complementar el modelo actual educativo exige que toda la sociedad rezume lo que se denomina Inteligencia Emocional (IE).
La IE se desglosa en competencias (desde la autoconciencia a las destrezas sociales), pero nace y se desarrolla a partir del hecho de implantar la reflexión entre el estímulo que desata la emoción y la conducta impulsiva que hasta hace poco se suponía casi insoslayable. No significa reprimir la emoción, ya que como apunta en el informe la coordinadora y docente del Máster en Educación Emocional y Bienestar de la Universidad de Barcelona, Esther García Navarro, “todas las emociones son legítimas y por lo tanto es necesario aceptarlas”. Pero no siempre son adecuados los comportamientos que se derivan de algunas de ellas: “Estar enfadado es legítimo; lo que no es legítimo ni aceptable es pegar a alguien como consecuencia de un enfado”, ejemplifica. El mismo informe aporta actividades para educar las emociones ya sea en el ámbito familiar o el escolar. Para docentes y progenitores es una buena herramienta de aproximación a la materia, porque introduce la teoría y facilita la práctica con ejercicios.
Según Eduardo Punset, educar las emociones en los adultos es más complejo. A su juicio hay que centrarse en los primeros años de vida, entre los cuatro y los diez años, aproximadamente, periodo en que juega un papel clave la familia y la escuela. Incluso, apunta Bisquerra, antes del nacimiento. Aunque parezca imposible, lo ilustra de la siguiente manera. Una persona estresada genera cortisona; en caso de embarazo, y si se ha generado esta hormona de forma continuada, la sustancia puede transmitirse al feto mediante el cordón umbilical y condicionar la aparición futura de hipertensión, déficit de atención en el niño y efectos en el desarrollo intelectual. “Una emoción no es una entelequia inmaterial. Una emoción es una respuesta del organismo que se manifiesta a través de secreciones, de neurotransmisores, de hormonas; nosotros experimentamos una emoción en alguna parte del cuerpo; una emoción se traduce en hipertensión, en sudoración, en temblor, en rubor y, sobre todo, provoca cambios importantes en los niveles de secreción hormonal y neurotransmisores, cosa que –insiste el especialista en Educación Emocional- pone en relación salud y emociones”.
Enseñar con el ejemplo
El informe no se conforma con la teoría. Propone actividades tanto para familias como para escuelas. Y alienta a padres, madres y profesores no sólo a formarse en este campo, también a reeducarse. Los investigadores sostienen que hace falta predicar con el ejemplo. No vale con enseñar a reconocer una emoción en uno mismo y en el prójimo si después el adulto no sabe regularla y gestionarla. Padres, docentes y sociedad han de ofrecer al adolescente “amor, humor, límites y comunicación”, recuerda la maestra, psicopedagoga y doctora en ciencias de la educación, Èlia López Cassà, en el documento.
Bisquerra denuncia que de Educación Emocional “hay cada vez más presencia en las escuelas pero siempre por voluntarismo de profesores y equipo directivo” y reclama una implicación mayor. Pérez-González anota en el informe que el ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, declaró en su toma de posesión que “en educación, como en la mayor parte de las materias, no podemos confiar en aquello que no somos capaces de medir”. Y como el investigador –y otros colegas suyos en el mismo informe- aporta evidencias y evaluaciones de la eficacia de la Educación Emocional, se desprende que exige a las administraciones que se involucren y ayuden a implantarla. El comunicador Eduardo Punset va más allá y afirma que hay que “revolucionar las políticas de prevención” a la luz de los nuevos descubrimientos. Con todo, los autores insisten en la perseverancia para educar a cualquiera en unas competencias emocionales básicas y paciencia porque se ha empezado casi de cero. Dar tiempo al tiempo es la consigna.
Además de los autores mencionados, han escrito otros capítulos del informe ¿Cómo educar las emociones? La inteligencia emocional en la infancia y adolescencia Madhavi Nambiar, doctoranda en estudios mitológicos y psicología profunda; Pilar Aguilera, doctoranda en el Departamento de Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación de la Universitat de Barcelona; Nieves Segovia, presidenta de la Institución Educativa SEK y vicepresidenta y Secretaria General del Patrono de la Universidad Camilo José Cela; y Octavi Planells, comunicador científico y autor del blog Buscaciencia.
Conformismo
“El mero desarrollo económico de los países no parece ser un objetivo de progreso suficiente que contente a los ciudadanos hoy en día”, afirma, por un lado, Juan Carlos Pérez-González. Por otro, la OMS pronostica que la depresión será una de las primeras causas de incapacidad en el 2020 y la tercera causa de enfermedad, al lado de los problemas coronarios y los accidentes de tráfico. Recuerden: gran parte de un auditorio a rebosar –unos 500 oyentes- alzó la mano cuando se le preguntó si conocía a alguien de baja por depresión. De estas afirmaciones no debemos inferir que haya ahora más gente deprimida que antes. Como alertaba el psicólogo Gualberto Buela Casal, en una entrevista concedida en 2007 al Diario Vasco: “Aunque es evidente que un estilo de vida más exigente y estresante sea una causa del incremento de la depresión, debemos tener cautela cuando se comparan datos epidemiológicos de distintas épocas. En la actualidad no sólo se acude más a los servicios de salud mental, sino que los instrumentos de diagnóstico son mucho mejores que en épocas pasadas”. El estrés, como vemos, sí está considerado uno de los principales desencadenantes de la depresión.
Alguien podría observar que además de educar las emociones convendría examinar y arreglar las causas por las que tantas personas padecen hoy día enfermedades y trastornos mentales. Una cuestión cobra impulso, entonces: ¿La Educación Emocional se convierte en un parche o arrima el hombro para subsanar las causas que subyacen a tales trastornos?
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La IE se desglosa en competencias (desde la autoconciencia a las destrezas sociales), pero nace y se desarrolla a partir del hecho de implantar la reflexión entre el estímulo que desata la emoción y la conducta impulsiva que hasta hace poco se suponía casi insoslayable. No significa reprimir la emoción, ya que como apunta en el informe la coordinadora y docente del Máster en Educación Emocional y Bienestar de la Universidad de Barcelona, Esther García Navarro, “todas las emociones son legítimas y por lo tanto es necesario aceptarlas”. Pero no siempre son adecuados los comportamientos que se derivan de algunas de ellas: “Estar enfadado es legítimo; lo que no es legítimo ni aceptable es pegar a alguien como consecuencia de un enfado”, ejemplifica. El mismo informe aporta actividades para educar las emociones ya sea en el ámbito familiar o el escolar. Para docentes y progenitores es una buena herramienta de aproximación a la materia, porque introduce la teoría y facilita la práctica con ejercicios.
Según Eduardo Punset, educar las emociones en los adultos es más complejo. A su juicio hay que centrarse en los primeros años de vida, entre los cuatro y los diez años, aproximadamente, periodo en que juega un papel clave la familia y la escuela. Incluso, apunta Bisquerra, antes del nacimiento. Aunque parezca imposible, lo ilustra de la siguiente manera. Una persona estresada genera cortisona; en caso de embarazo, y si se ha generado esta hormona de forma continuada, la sustancia puede transmitirse al feto mediante el cordón umbilical y condicionar la aparición futura de hipertensión, déficit de atención en el niño y efectos en el desarrollo intelectual. “Una emoción no es una entelequia inmaterial. Una emoción es una respuesta del organismo que se manifiesta a través de secreciones, de neurotransmisores, de hormonas; nosotros experimentamos una emoción en alguna parte del cuerpo; una emoción se traduce en hipertensión, en sudoración, en temblor, en rubor y, sobre todo, provoca cambios importantes en los niveles de secreción hormonal y neurotransmisores, cosa que –insiste el especialista en Educación Emocional- pone en relación salud y emociones”.
Enseñar con el ejemplo
El informe no se conforma con la teoría. Propone actividades tanto para familias como para escuelas. Y alienta a padres, madres y profesores no sólo a formarse en este campo, también a reeducarse. Los investigadores sostienen que hace falta predicar con el ejemplo. No vale con enseñar a reconocer una emoción en uno mismo y en el prójimo si después el adulto no sabe regularla y gestionarla. Padres, docentes y sociedad han de ofrecer al adolescente “amor, humor, límites y comunicación”, recuerda la maestra, psicopedagoga y doctora en ciencias de la educación, Èlia López Cassà, en el documento.
Bisquerra denuncia que de Educación Emocional “hay cada vez más presencia en las escuelas pero siempre por voluntarismo de profesores y equipo directivo” y reclama una implicación mayor. Pérez-González anota en el informe que el ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, declaró en su toma de posesión que “en educación, como en la mayor parte de las materias, no podemos confiar en aquello que no somos capaces de medir”. Y como el investigador –y otros colegas suyos en el mismo informe- aporta evidencias y evaluaciones de la eficacia de la Educación Emocional, se desprende que exige a las administraciones que se involucren y ayuden a implantarla. El comunicador Eduardo Punset va más allá y afirma que hay que “revolucionar las políticas de prevención” a la luz de los nuevos descubrimientos. Con todo, los autores insisten en la perseverancia para educar a cualquiera en unas competencias emocionales básicas y paciencia porque se ha empezado casi de cero. Dar tiempo al tiempo es la consigna.
Además de los autores mencionados, han escrito otros capítulos del informe ¿Cómo educar las emociones? La inteligencia emocional en la infancia y adolescencia Madhavi Nambiar, doctoranda en estudios mitológicos y psicología profunda; Pilar Aguilera, doctoranda en el Departamento de Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación de la Universitat de Barcelona; Nieves Segovia, presidenta de la Institución Educativa SEK y vicepresidenta y Secretaria General del Patrono de la Universidad Camilo José Cela; y Octavi Planells, comunicador científico y autor del blog Buscaciencia.
Conformismo
“El mero desarrollo económico de los países no parece ser un objetivo de progreso suficiente que contente a los ciudadanos hoy en día”, afirma, por un lado, Juan Carlos Pérez-González. Por otro, la OMS pronostica que la depresión será una de las primeras causas de incapacidad en el 2020 y la tercera causa de enfermedad, al lado de los problemas coronarios y los accidentes de tráfico. Recuerden: gran parte de un auditorio a rebosar –unos 500 oyentes- alzó la mano cuando se le preguntó si conocía a alguien de baja por depresión. De estas afirmaciones no debemos inferir que haya ahora más gente deprimida que antes. Como alertaba el psicólogo Gualberto Buela Casal, en una entrevista concedida en 2007 al Diario Vasco: “Aunque es evidente que un estilo de vida más exigente y estresante sea una causa del incremento de la depresión, debemos tener cautela cuando se comparan datos epidemiológicos de distintas épocas. En la actualidad no sólo se acude más a los servicios de salud mental, sino que los instrumentos de diagnóstico son mucho mejores que en épocas pasadas”. El estrés, como vemos, sí está considerado uno de los principales desencadenantes de la depresión.
Alguien podría observar que además de educar las emociones convendría examinar y arreglar las causas por las que tantas personas padecen hoy día enfermedades y trastornos mentales. Una cuestión cobra impulso, entonces: ¿La Educación Emocional se convierte en un parche o arrima el hombro para subsanar las causas que subyacen a tales trastornos?
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