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Fachada de un edificio en Pineda de Mar (Barcelona) a principios del verano. |
Uno de los fenómenos de la vida política española en los últimos veinte años ha sido la aparición de regionalismos, nacionalismos, separatismos; esto es, movimientos de secesión étnica y territorial. ¿Son muchos los españoles que hayan llegado a hacerse cargo de cuál es la verdadera realidad histórica de tales movimientos? Me temo que no.
No soy nacionalista español ni catalán; sin embargo, hace ya años que decidí que votaría a favor de la independencia en un referéndum si este aconteciera. En consecuencia, no comparto la intención del gobierno de España de prohibir la consulta; tampoco la retórica malabarista de CiU para con la independencia. Y añado que la separación no me quita el sueño, aunque crea, sinceramente, que es la mejor opción para Cataluña y puede que también para el resto de España.
Muchas veces se culpa a Madrid de problemas que pueda tener Catalunya; y viceversa, en Madrid, se ha utilizado desde hace años a Euskadi y a Catalunya como cortina de humo para ocultar o desviar la atención de asuntos graves o del quehacer político cotidiano de los sucesivos gobiernos centrales. Este toma y daca me ha cansado. Hacia Catalunya hay continuos desprecios e incomprensión, y no solo desde instancias políticas o del poder español, sino desde el pueblo español hacia el pueblo catalán. Es cierto que también en sentido contrario, pero éste ha sido más una reacción. Hacia los catalanes se respira odio, tirria y esto se ve en tertulias de televisión o, más recientemente, desde la eclosión de internet, en comentarios y demás foros virtuales.
Claro que esta animadversión no es nueva.
Saecula saeculorum. El Estatuto de Núria (1931) rezaba en su primer artículo que “Catalunya és un Estat Autònom dintre de la República Espanyola (…)” Pero el Estatuto que se aprobó en Madrid un año después apuntaba que “Catalunya es constitueix en regió autónoma, dins de l’Estat español (…)” ¿Os suena este
“cepillado”? Como ironizaba Le Monde al respecto de las palabras de Wert sobre españolizar a los alumnos catalanes,
estos políticos deben de ser infiltrados independentistas. El hartazgo, para muchos, de una y otra parte, es mutuo.
¿Cómo esperan que alguien desee permanecer en un colectivo si se siente –y no sin motivo- menospreciado?, ¿si parte de la población advierte, además, que España –la España que conocemos hoy día- ya no tiene futuro?, ¿si ya no existe proyecto común con el que todos los pueblos que la conforman puedan sentirse identificados? A esto hay que añadir que comunidades como la catalana y la vasca se sienten –por los motivos que fuera: económicos, culturales, históricos o desiderativos- una entidad diferenciada de la española dispuesta a emprender un proyecto nuevo que les ilusiona.
Hace unos años, creía que una España federal era posible, con Catalunya y Euskadi, por un lado, y el resto por el otro (la relación asimétrica, que se denomina). Ahora ya no lo veo así. Porque nadie o muy pocos en España conciben de esta manera la forma del Estado. Y si se hubiera llegado a ella, es muy probable que, al final, se desembocara en independencia, en especial, si la Unión Europea sobrevive a los tiempos que corren y se transforma en una especie de federación de estados. En tal situación, ¿qué sentido tendría una Catalunya federada con el resto de España si lo podría estar con el resto de países europeos? Desde que el presidente Artur Mas hablara por vez primera de estado catalán tras la manifestación de la Diada, ha cambiado mucho el sentido de sus declaraciones; ahora ya parece claro que no se refiere a un estado al uso. Intuyo que el gobierno español mantiene las críticas porque vislumbra que una federación se convertiría a la larga, de igual modo, en independencia.
¿Qué pasa en Catalunya?
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Manifestación de la Diada de Catalunya, a su paso por Vía Layetana. |
El párrafo con el que he abierto este post no es de ningún autor actual. Es un fragmento de la “España invertebrada”, obra escrita por el filósofo Ortega y Gasset en los años veinte del pasado siglo. Ha llovido mucho desde entonces pero ese fragmento –así como buena parte del libro- no resulta anacrónico. Es más, es muy congruente con el aquí y el ahora, como si hubiera sido escrito hoy mismo.
A diferencia de lo que pueda parecer al leer ese párrafo, Ortega no estaba por la labor de otorgar autogobierno a Catalunya o Euskadi. Él achacaba los males de España a que había triunfado la mentalidad de la masa, esto es, el rebelarse a ser dirigidas por espíritus selectos, a los que la masa era incapaz ya siquiera de reconocer; porque, además, a lo largo de la historia de España habían sido escasos, a diferencia de otras naciones europeas. Sí que apuntaba a que los nacionalismos de Catalunya y Euskadi eran perjudiciales para la supervivencia de España, pero no por la identidad de ellas mismas, sino por la falta de proyecto y por el proceso de decadencia en el que estaba inmersa España desde hacía tres siglos (la Historia de España es la historia de una decadencia, venía a decir), y que se veía reflejada en la pérdida de colonias de ultramar. Los separatismos peninsulares no eran más, argumentaba, que una continuación de la disgregación que había arrancado con la paulatina pérdida de colonias. En sus palabras:
(…) estos separatismos de ahora no hacen sino continuar el progresivo desprendimiento territorial sufrido por España durante tres siglos.
El propósito de este ensayo es corregir la desviación en la puntería del pensamiento político al uso, que busca el mal radical del catalanismo y bizcaitarrismo en Cataluña y en Vizcaya, cuando no es allí donde se encuentra. ¿Dónde, pues?
Para mí esto no ofrece duda: cuando una sociedad se consume víctima del particularismo, puede siempre afirmarse que el primero en mostrarse particularista fue precisamente el Poder central. Y esto es lo que ha pasado en España.
La esencia del particularismo –define Ortega más arriba- es que cada parte deja de sentirse a sí mismo como parte, y en consecuencia de compartir los sentimientos de los demás.
¿Entienden hoy día el pueblo español y sus políticos lo que ocurre en Catalunya?
Me temo que sí. Saben de sobras que Catalunya y Euskadi son diferentes. Sólo habría que observar el arco parlamentario de cada una de ellas para darse cuenta de que hay partidos mayoritarios que no existen en otras comunidades y que en el Congreso de los Diputados solo representan a su comunidad autónoma (CiU, PNV, Bildu, ICV, ERC, SI…) Pero una cosa es darse cuenta de una realidad (hasta la todopoderosa Esperanza Aguirre se ha dado cuenta) y otra muy diferente que se actúe como desde gran parte de Catalunya quiere.
Gran parte de la ciudadanía ha anhelado que España se comportara como un estado plurinacional. A veces, así nos la han vendido (si ahora el ministro
Gallardón quiere hacernos creer que Cataluña es parte nuclear de España, ésta última –y como él bien apunta- desaparecería una vez Cataluña se hubiera separado del resto, pero, si esto sucede, a España se la continuará llamando España, aunque en sentido estricto ya no lo fuera, siguiendo las tesis del titular de Justicia). Pero España tiende a la recentralización y ha considerado siempre el autogobierno y la diversidad cultural y nacional como un peligro para su integridad. De hecho, ha convertido casi en sinónimos los adjetivos “malvado” y “nacionalista”, cuando además el nacionalismo español es claro ejemplo de intransigencia y de patriotismo excesivo y excluyente. Siempre se ha mezclado y confundido a España con Castilla, aunque se niegue: “Porque no se le dé vueltas: España es una cosa hecha por Castilla (…)”, que sentenciaba también Ortega. Castilla sí que ha representado el núcleo de España y no una parte cualquiera. (He de decir que
hay castellanos hartos también de esta confusión). A Catalunya se le han concedido derechos siempre tras negociaciones que han rebajado las exigencias iniciales. Digan lo que digan, son nacionalismos enfrentados. El español versus el catalán.
¿Pero cómo quiere esa gran parte de Catalunya que se obre? Esto lo dirán las urnas el próximo 25 de noviembre. Sin embargo, todo parece apuntar a que se desea un referéndum. Si Catalunya es parte nuclear de España y se la respeta, ¿no se debería permitir esta consulta? En fin, y aunque no fuera parte esencial, y aunque tras las elecciones solo un porcentaje bajo de votantes solicitara hacer la consulta. Me parece, de fondo, una mera cuestión de justicia. Los políticos, simplemente, deberían facilitar los cauces legales, que no legítimos, pues esos –insisto- ya existen. Por eso no quiero extenderme más para justificar algo que cae por su propio peso.
Aprovecho, sin embargo, para recordar que un referéndum también debería de poder ejercerse para decidir de una vez por todas si España quiere seguir siendo una monarquía (pero los gobiernos españoles tampoco están por la labor, por más que en este caso la soberanía del colectivo a consultar –toda España- no está en entredicho, cosa que dice de nuevo muy poco del supuesto cariz democrático de los partidos políticos). Los referéndums deberían poder convocarse con normalidad para decidir cuestiones trascendentes, como cuando España se embarcó en la guerra contra Irak.
De CiU no me fio. Las trampas de Mas
Desde la manifestación de la Diada, el presidente de la Generalitat, Artur Mas, no ha parado de hablar de “estado”, “estructuras de estado”, “nuevo estado en la UE”, etc. Incluso ya perfiló
en una entrevista en La Vanguardia la pregunta que le gustaría que se hiciera en el referéndum: "¿Usted desea que Catalunya se convierta en un nuevo Estado de la UE?". Pese a que en ningún momento habla de independencia de España, a nadie se le escapa que, en base a estas declaraciones, el presidente ansía la independencia.
Al principio, creí que no pronunciaba la palabra “independencia” para diferenciarse de los postulados de ERC y por no herir sensibilidades, ya que muchos catalanes tenemos gran parte de familia y amistades fuera de Catalunya. Aún así, de sobras es conocida el arte oratoria del presidente –retórica, puntualizaría yo- por lo que convenía estar atento. En efecto, el viraje de sus declaraciones desde la Diada ha sido diminuto pero sustancial. ¿Después de haber hablado tan claramente de “estado”, dando a entender que aboga por la existencia de un estado catalán, cómo se refiere ahora
a interdependencias, a puntos comunes con España en la seguridad y la defensa, y se queda tan ancho?
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Una señera que quería ser estelada, en la manifestación de la Diada de Catalunya. |
Ya resultaba extraño que los votantes de CiU de la noche a la mañana aplaudieran el discurso independentista de su líder (aunque ya sabemos cómo procede la grey). Pero es que ha habido más puntos preocupantes. Mas se ha referido a
“consulta aunque no tenga el valor jurídico de un referéndum”. Y mucho antes de este viraje, el mismo expresidente Pujol aseguró que la independencia
era “casi imposible”.
¿Pero qué pretende CiU? ¿Exige 10 para conseguir un 5, a costa de engañar a Catalunya? ¿Qué pide Mas: de nuevo migajas al estado español?
El
grito en la calle fue por la independencia y por ese clamor el día después se destapó la veda y la ilusión de muchos hacia la independencia. Mas solo ha jugado, todo ha sido cálculo, estrategia y rédito partidista, si no ¿por qué solicita una mayoría en las elecciones para su federación si con el resto de fuerzas independentistas habrá, lo más probable, más que suficiente para hacer frente a Madrid?
Si no hubiera ido de farol, Mas habría ganado muchos enteros porque habría sido honesto. Aún así la jugada le habrá salido casi perfecta, porque estoy seguro de que su rebaño no le castigará el 25-N por el engaño. Ha triunfado por ello. Pero, en justicia, y si los militantes y simpatizantes convergentes no recularan ahora, deshaciendo el camino señalado por el presidente tras la Diada, los partidos independentistas deberían atraer sus votos y CiU hundirse.
Incluso con todos los signos evidentes de que Mas no apuesta por un estado catalán, los políticos del poder español no bajan la guardia. Tampoco se fían de los tejemanejes del orador Mas. Y es que quién sabe si al final, también este golpe de timón es estrategia para que España afloje o que el estado interdependiente ahora propugnado no sea más que una estación hacia la independencia total, que como ya avancé más arriba, es el único puerto razonable si la UE se transforma al final del túnel en un estado federal.
Catalunya como estado
En los próximos meses, y según acaezcan los sucesos, me gustaría escribir sobre cómo quiero que sea la Catalunya estado, es decir, si se vislumbra finalmente esa posibilidad –que CiU no desea-. Puestos a montar un nuevo país, como ciudadano querría apuntar algunas ideas. Por ahora, solo me referiré a la lengua, ya que ha habido algunas voces que la han tratado.
Sobre la oficialidad del castellano y el catalán, defiendo las tesis de CiU y ERC. Deberían de ser ambas oficiales y seguir la estela de hoy día. Es más, si como ya dije en un post anterior,
se excluyen sectores de la población el proyecto de un nuevo estado se desintegrará antes de empezar a caminar. Creo, sin embargo, que se debería avanzar más en el proceso de normalización lingüística del catalán. Como estado, por ejemplo, podría obligarse a compañías extranjeras a etiquetar productos en catalán.
Al final del proceso de normalización, la inmersión lingüística debería desaparecer para dar paso, y cuanto antes fuera posible mejor, a la inmersión lingüística en inglés. De hecho, hace unos pocos días que la Universistat Autònoma de Barcelona ha anunciado que impartirá desde ya las clases de magisterio en inglés.
Proclamaba al principio que en un hipotético referéndum votaría “sí” a la independencia. Esta será mi opción siempre y cuando los artículos de la Constitución del hipotético y nuevo estado los considere razonables. Por eso, es una parte esencial –crucial- saber cómo será una futura Catalunya independiente. De ello pendería, en última instancia, mi voto favorable a la independencia. No voy a ir de Guatemala a Guatepeor. Se entiende.
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