viernes, 9 de noviembre de 2012

Cuando la necesidad se instala en Barcelona

El umbral de la pobreza en España se ha situado en 2012 en el 21,1% de la población. Casi hay tanta pobreza como desempleo. “Más del 90% de las personas que tenemos hace tres años o tres años y medio que están en esta situación; por tanto, son hijos de la crisis”, denuncia Sònia Nuñez, alma máter -junto a Núria, Josep Oliver y Xavier Solà- del Caliu, un comedor social ubicado en Horta (Barcelona). El pasado 12 de octubre cumplió dos años.

El ayuntamiento receló en 2010 de que hiciera falta otro local –suman ahora una quincena en toda la ciudad-, pero se equivocaba; en el espacio de acogida de Horta se han llegado a atender hasta 150 personas a diario. En total, ya han almorzado en sus mesas unas 3.000. De hecho, la enorme afluencia les ha obligado a derivarlos a la parroquia de San Cebrián, en el Carmelo. “Y en ese otro centro me parece que ya tienen cien cada día, ya están colapsados”, se queja Josep Oliver.

El Caliu asiste a personas de unas 60 nacionalidades, entre las que se encuentran vecinos de toda una vida. Eugenia, de 75 años, de origen extremeño, con un hijo en la cárcel, desayuna en el Caliu desde marzo. La pensión le da para poco, y desayunar fuera de casa es una forma de ahorrar, admite, pero si no viniera se las apañaría por otro lado: “El dinero hay que estirarlo como el chicle”. Está muy al tanto de la actualidad. No sabe qué votaría en caso de referéndum de independencia y critica que deba pagar ahora un euro por receta.

En el comedor se ofrecen más que desayunos. De ahí su nombre, Caliu, que al castellano se traduce como calidez o sentirse a gusto. Para algunos el Caliu es una familia o el sustituo de un hogar. Cuando le pregunto a Ramón Dionisio, argentino afincado en El Clot, qué le gusta del Caliu contesta: “El trato de la gente, porque no es tanto un café o un bocadillo”. En la misma línea, responde Pere, barcelonés de Nou Barris, que ahora ayuda a reponer tazas y platos: “Me encontraba muy solo y no me esperaba que nadie se preocupara de mí, ya que ni mi familia se preocupaba”.

Todo el mundo necesita afecto, pero aún más la persona que vive una coyuntura adversa. “Intentamos hacerlo sentir único para nosotros”, explica Sònia. Conocen los nombres de muchos, y se interesan por sus cuitas y preocupaciones. Sònia abraza a unos y a otros sin reparos. Ya sabe a quién puede. “Servimos a la mesa, y si quieres el café más cargado o dos cafés intentamos servírtelo en la mesa, personalizar un poco, que las personas que tenemos sepan que son importantes en ese momento para alguna persona”.

El Caliu, Barcelona
El Caliu a pleno rendimiento. Hay varios turnos para desayunar. A las doce cierra hasta el día siguiente, y abre de lunes a domingo.

El ajetreo en el comedor, acondicionado en una antigua guardería junto a la iglesia de San Juan de Horta, es bien notorio a primera hora. Jóvenes y mayores atareados sirven mesas y preparan bocadillos para el resto del día. El Caliu funciona con más de 100 voluntarios. Algunos fueron antes atendidos aquí. Xavier Martínez, encargado del almacén, hace un año y medio que colabora. Padece de epilepsia, se quedó sin trabajo y durmió en cajeros y bancos. Un día –no recuerda cómo- le llevaron al Caliu. “Venía solo por el caldo, que me gustaba mucho; imagínate una noche de frío, de lluvia… vienes aquí con la humedad de la calle en los huesos -porque dormías en el suelo- dos vasos de caldo eran una maravilla”, rememora. “Me pagaron la medicación de la epilepsia, y ahora ya tengo un piso gracias a ellos; bueno, una habitación compartida con otros”.

Christian –exalcohólico- también fue usuario pero le propusieron cuidar de la enfermería nada más saber que había trabajado de sanitario en clínicas como la Quirón. El botiquín –con camilla incluida- está al fondo del comedor, enfrente de un rincón que acoge una pequeña biblioteca con sofás en los que de tanto en cuanto dormita alguien al resguardo del rigor de la calle. “Un 80% de las personas que tenemos aquí tienen alguna patología, desde tabaquismo a cardiopatías porque lo registro absolutamente todo”. Muchos de estos enfermos no pueden ni comprarse la medicación y aquí en casos extremos les ayudan. Relata que por el Caliu han pasado maestros, psicólogos, enfermeras, vigilantes de seguridad y hasta un soldado del ejército alemán. A su juicio, el concepto de pobreza ha cambiado: “Hace diez años eran los típicos mendigos de toda la vida”.

En cada desayuno, se consume una media de leche de 30 litros, pero en alguna ocasión se han quedado en la reserva, como la vez que tuvieron que almorzar gazpacho y polvorones porque no disponían de nada más. El Caliu no funcionaría sin los voluntarios pero tampoco sin el apoyo vecinal y otros particulares. Una panadería del barrio les suministra cada día 30 barras de pan; una vecina cada dos semanas les compra 250 litros de leche; o el Cor d’Horta, que vendió el año pasado un calendario de semidesnudos para recaudar fondos. Los productos que siempre precisan son leche, aceite, café, azúcar, galletas, magdalenas y caldo envasado. “En invierno, cuando hace frío, cuanto te viene la gente helada de haber dormido en la calle, lo primero que quieren es caldo caliente, después ya se tomarán el café con leche”, arguye Sònia.

Nadie sabe cuánto tiempo continuará abierto el Caliu. Hasta ahora ha sido vital para contrarrestar no ya los efectos del deterioro del estado del bienestar, sino para cubrir las necesidades básicas de muchas personas. Josep Oliver recuerda pensativo a un toxicómano con Sida que dormía en la calle y con el que trataron al principio. La asistenta social le citó para al cabo de mes y medio, y el joven explicaba ilusionado que le facilitarían una habitación. “Ese chico estuvo aquí un mes o mes y medio y un día nos dijeron que se lo encontraron muerto de una sobredosis en un cajero. Si la asistenta social hubiera actuado con más rapidez, no sé, a lo mejor es un poco demagógico, pero quizás este chico no habría muerto”.


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Tabla de salvación en Horta

3 comentarios:

  1. no tenia ni idea Felipe, estas si son històries de barri, i de les que passaran com a nota a un futur no molt llunyà....

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  2. La verdad es que sorprende cuando te enteras de que en tu barrio hay sitios como el Caliu.

    Por un lado, transformas en cara y ojos muchos datos y estadísticas, y por otro, te das cuenta de que cuando el sistema y el estado fallan queda la voluntad y el empuje de muchas personas.

    Al Estado se le debería caer la cara de vergüenza. Nadie entona el mea culpa. Es la clase media, que «hemos vivido por encima de sus posibilidades»

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  3. estoy maravillado de ver tanta gente desinteresada, un abrazo para todos

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