A la derecha se aprecia el sendero que escala la falda de la colina Segarra. |
Pero más que la irradiación solar, me sofoca la pendiente acusada y prolongada. Tres cuartos de hora de ascenso. Me detengo poco a recobrar el aliento porque, cuando me paro y siento el zumbido loco del corazón en mi interior, se me crispan los nervios. Me aconsejo a mí mismo: “Hay que conservar el ritmo; ¡no! –me corrijo- hay que bajar el ritmo para minimizar el esfuerzo”.
Torres eléctricas de alta tensión recorren la ladera, pelada de árboles, con excepción de algunos pinos y cactus al principio y a medio camino. Casi en la cima crece un platanero rodeado de piedras adoquinadas en el pie y adornado por ramos de flores. Enfrente suyo, un banquito de baldosas. El conjunto me recuerda a una plazoleta… o a un sepulcro. ¿Por qué diantres la gente acarrea hasta esa altura piedras tan pesadas?
Pino piñonero y cactus, en la ladera de la colina Segarra. |
Una especie de plaza enana en lo alto de la colina. |
En principio, había sopesado caminar hasta un mirador que se asoma a la autopista C58, pero esta vez dispongo de tiempo limitado. Decido caminar hasta la cumbre siguiente –colina de Roquetes, a 304 metros de altitud-, a unos trescientos metros por un camino ancho que sube y baja y marca el perfil de la cordillera. Una torre se erige en la cima. Por aquí también aún hay restos calcinados del incendio forestal del pasado verano. Ignoro para qué se usó en su tiempo la torre. Ahora está abandonada y envuelta de arbustos y hierbajos, con las paredes exteriores en pie pero con las interiores reventadas.
Penetrar en ella a plena luz del día no es óbice para que me asalte cierto temor. Silencio, grafitis, latas de bebida oxidadas, suciedad… Aunque fugaces, me sobrevienen pensamientos fatales: “Y si se derrumba ahora que estoy dentro, y si hay unos mafiosos por aquí”. Y también ridículos: “Y si hay espíritus…” Tiro fotos y salgo. Por detrás, me sorprende encontrar un pozo a ras de tierra sin cubrir. Poco profundo, con agua en el interior, pero suficiente para hacerte pupita.
Torre Roquetes. Más allá de la casa aparece el castillo de Torre Baró. |
Interior de la torre Roquetes. |
Mucha gente busca espárragos en Collserola. |
-¿Buscan espárragos?
La mujer me ignora. El hombre asiente con un ademán. O eso creo. Levanto la mano, levanta la mano.
Desciendo la colina de Segarra por otro sendero diferente al del ascenso. Más inclinado si cabe. Can Masdeu queda abajo a la derecha. Murmullos de personas a lo lejos. Me topo con una cisterna de reabastecimiento de agua para helicópteros antiincendios. Cada vez más pinos. En poco, cambia el paisaje. De monte pelado a valle frondoso. Si no fuera porque sé que a un centenar de metros se extiende Barcelona, juraría adentrarme en la jungla. Y no exagero; quizás un poco. El silbido de los pájaros ayuda a recrear el ambiente selvático (oír audio). Desemboco en la pista que se dirige a la masía de Can Masdeu. De nuevo en la gran ciudad.
Sendero que atraviesa el valle Can Masdeu. |
En la próxima entrega, explicaré el recorrido que he hecho este sábado por la mañana. De Horta hasta Torre Baró y más allá, por la fuente de Santa Eulàlia. Conoceremos a Simón, uno de sus "guardianes". El cielo transparente permitía distinguir sin problemas Sabadell, desde la parte vallesana de Collserola.
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