Según varios medios, los testigos se han ido desdiciendo uno por uno de las declaraciones aportadas inicialmente a los mossos. O no recordaban, o afirmaban que habían prestado declaración bajo coacción, o no se reconocían en las declaraciones previas o, simplemente, se retractaban de lo dicho. Uno de los protegidos afirmó no tener miedo sino “pánico”. Otro, a la pregunta del fiscal de si tenía miedo, respondió que no, a lo que la fiscalía replicó que entonces por qué temblaba. Los propietarios de las discotecas –por cuyas denuncias empezó la policía a investigar el caso- solo reconocieron altercados en sus instalaciones pero no extorsiones.
En la penúltima entrega de este serial, en El Periódico el periodista apunta:
“Los imputados, incluso los presos, están, por ahora, distendidos, no paran de hablar entre ellos y hasta comen pipas delante del tribunal”.A tenor de lo que la prensa ha desgranado del juicio no queda otra que pensar que las extorsiones a los propietarios de los locales de ocio y demás testigos continúan viento en popa. Pueden enviar por correo una foto a los testigos en la que aparezcan padres, hermanos, parejas o hijos, junto con amenazas tales como que saben dónde viven y que se atengan a las consecuencias si no declaran a su favor en el juicio. Claro que esta vía me la imagino yo –ajeno a los procedimientos de las mafias y bandas-, pero habrá métodos ideados por mentes profesionales del crimen organizado más “persuasivos” si cabe.
¿Quién puede reprochar a los testigos su miedo?
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