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El quién incluye a un individuo, con sus tejidos, sus emociones, sus pensamientos, su raciocinio y sus instintos. Aquí el término sujeto o individuo comporta error, a mi parecer, pues le otorgamos un significado de unicidad, cuando en el interior del ser humano hay poco de unicidad. El estar rodeados de una piel que nos separa del exterior nos conduce a la equivocación. No podemos contemplarnos con facilidad por dentro. En cambio, por más que hablemos de una familia todos sabemos que está compuesta por más de un miembro.
Pero ya Freud dividía la mente en partes: el yo, el ello y el superyó. Cuando hablamos de quién nos referimos a ese conjunto de ser que incluye un proyecto de vida con emociones, razones, pensamientos e instintos. Es una identidad compleja (¡atención!, también formada y condicionada por la época, lugar y universo en el que ha medrado). Nos analizamos para entendernos mejor, y olvidamos después que fue una división “artificial”, para comprender, pero que la realidad es global: un ser complejo que nunca deberíamos haber desmembrado.
Sin embargo, jugando al análisis, y buscando una esencia última del yo, podríamos sostener que en el fondo de nuestras mentes hay algo -similar o idéntico en cualquier persona- que recibe la información externa y la interna, tanto del cuerpo como de la mente, y la “incorpora” al yo. Es decir, hay algo común en todos los seres humanos –una especie de cámara perceptora interior- que siente, ve, oye y nota los pensamientos; cómo circulan, cómo se concatenan o cómo se asocian. Actúa la mente al igual que si fuera una pantalla y esa esencia profunda como si tan solo “viera” lo que por allí discurre; de cuando en vez, toma las riendas de los pensamientos y razona (voluntad, la llamaría entonces).
La cámara interior sería también la responsable del “darse cuenta” de uno mismo, de la autoconsciencia que, posiblemente, nos diferencie de muchos animales –aunque no de todos, pues hay muchos seres vivos que también son conscientes de sí mismos-. A eso que percibe internamente no puedo preguntarle quién es, sino qué es, al igual que tampoco le preguntaría quién es a la mente separada del cuerpo, o viceversa.
Esa esencia tan interna, como digo, no debemos confundirla con el yo, sino que tan solo es una parte. La mente, el cuerpo, las emociones, los instintos, esa esencia o sentido interno -inseparables unos componentes de otros- conforman la identidad yo, que, a mi juicio, sería más amplia y que, insisto, en absoluto sería uniforme, aunque sí monolítica. De hecho, basta con sufrir un dolor agudo en el cuerpo para darse uno cuenta de que el yo incluye al cuerpo. Y de que la percepción interna queda aniquilada por el dolor del cuerpo. Pese a ello, parece que el sentido interno es la última capa de la cebolla. Detrás, vacío... Pero entonces, ¿cómo nos damos cuenta del sentido interno? ¿porque se refleja en la mente?
La vida se acaba con la muerte y el yo con ella. ¿Acaba también con la muerte la esencia de la que hablo? Aquí cada cual con sus teorías y creencias.
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Ya he dado vueltas a lo mismo en otras ocasiones:
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